He. 8:5. [Los sacerdotes levíticos] sirven a lo que no es más que
modelo y sombra de las cosas celestiales, tal y como se le advirtió a Moisés
cuando iba a levantar el tabernáculo: «Ten cuidado de hacer todas las
cosas según el modelo que se te ha mostrado en el monte.»
Jer. 3:16. Y cuando ustedes se hayan multiplicado y reproducido en
la tierra, no volverá a decirse: ‘Arca del pacto del Señor’. No volverán
a evocarla; ¡no volverán a acordarse de ella, ni la echarán de menos! ¡Tampoco
volverá a hacerse otra! —Palabra del Señor.
He. 11: 9-10. Por la fe, [Abraham] habitó en la tierra prometida como un
extraño en tierra extraña, y vivió en tiendas con Isaac y Jacob, quienes eran
coherederos de la misma promesa; porque esperaba llegar a la ciudad que
tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
Jn. 14:2. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera
así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar.
2 Co. 5:1. Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este
tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no
hecha de manos, eterna, en los cielos.
APOCALIPSIS
1 La revelación de Jesucristo
Salutaciones a las siete iglesias
Una visión del Hijo del Hombre
2 Mensajes a las siete iglesias:
El mensaje a Efeso
El mensaje a Esmirna
El mensaje a Pérgamo
El mensaje a Tiatira
3 El mensaje a Sardis
El mensaje a Filadelfia
El mensaje a Laodicea
4 La adoración celestial
1 Después de esto, miré
y vi que en el cielo había una puerta abierta. Entonces la voz que antes había
escuchado, y que era como el sonido de una trompeta, me dijo: «Sube acá y te
mostraré lo que va a suceder después de esto.» 2 Al instante quedé bajo el
poder del Espíritu y vi que en el cielo había un trono, y que alguien estaba
sentado en él. 3 El que estaba sentado en el trono tenía el aspecto de una
piedra de jaspe y de cornalina. Alrededor del trono había un arco iris,
semejante a la esmeralda. 4 Alrededor del trono había veinticuatro tronos, y en
ellos estaban sentados veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas y con
sendas coronas de oro en la cabeza. 5 Del trono salían voces, relámpagos y
truenos; y delante del trono ardían siete antorchas de fuego, que son los siete
espíritus de Dios.
6 Delante del trono
había algo que parecía un mar de vidrio semejante al cristal, y en el centro,
alrededor del trono, había cuatro seres vivientes que tenían ojos por delante y
por detrás. 7 El primer ser viviente parecía un león, el segundo parecía un
becerro, el rostro del tercero era semejante al de un hombre, y el cuarto
parecía un águila en vuelo. 8 Cada uno de los cuatro seres vivientes tenía seis
alas, y estaba lleno de ojos por fuera y por dentro. Día y noche no cesaban de
decir: «Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que
es, y el que ha de venir.» 9 Cada vez que aquellos seres vivientes daban
gloria, honra y acción de gracias al que estaba sentado en el trono y que vive
por los siglos de los siglos, 10 los veinticuatro ancianos se postraban delante
de él y lo adoraban, y mientras ponían sus coronas delante del trono del que
vive por los siglos de los siglos, decían: 11 «Digno eres, Señor, de recibir la
gloria, la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu
voluntad existen y fueron creadas.»
5 El rollo y el Cordero
6 Los sellos
9 Al abrir el Cordero el
quinto sello, debajo del altar vi a las almas de los que habían muerto por
causa de la palabra de Dios y de su testimonio. 10 A gran voz decían: «Señor
santo y verdadero, ¿hasta cuándo seguirás sin juzgar a los habitantes de la
tierra y sin vengar nuestra sangre? 11 Entonces se les dieron vestiduras
blancas, y se les dijo que descansaran todavía un poco más de tiempo, hasta que
se completara el número de sus consiervos y hermanos, que también sufrirían la
muerte como ellos.
7 Los 144 mil sellados
La multitud vestida de ropas blancas
9 Después de esto miré,
y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y
tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del
Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; 10 y clamaban a
gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en
el trono, y al Cordero.
11 Y todos los ángeles
estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres
vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a
Dios, 12 diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de
gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los
siglos de los siglos. Amén.
13 Entonces uno de los
ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes
son, y de dónde han venido? 14 Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo:
Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y
las han emblanquecido en la sangre del Cordero. 15 Por esto están delante del
trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado
sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. 16 Ya no
tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; 17
porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a
fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos.
8 El séptimo sello
9 Las trompetas
10 El ángel con
el librito
11 Los dos
testigos
1 Entonces se me dio una
caña, parecida a una vara de medir, y se me dijo: «Levántate y mide el templo
de Dios y el altar, y cuenta a los que adoran en él.
La séptima trompeta
15 Cuando el séptimo
ángel tocó su trompeta, se oyeron fuertes voces en el cielo, que decían: «Los
reinos del mundo han llegado a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará
por los siglos de los siglos.» 16 Entonces los veinticuatro ancianos que
estaban sentados en sus tronos delante de Dios, inclinaron su rostro y adoraron
a Dios. 17 Decían:
«Te damos gracias, Señor
Dios Todopoderoso,
el que eres, y el que
eras,
porque has tomado tu
gran poder
y has comenzado a reinar.
18 Las naciones se han
enfurecido,
pero ha llegado tu ira,
el tiempo de juzgar a
los muertos
y de recompensar a tus
siervos los profetas,
a los santos y a los que
temen tu nombre,
lo mismo grandes que
pequeños,
y de destruir a los que
destruyen la tierra.»
19 En ese momento el
templo de Dios se abrió en el cielo, y en él se veía el arca de su pacto. Hubo
entonces relámpagos, voces, truenos, un terremoto y una granizada
impresionante.
12 La mujer y el dragón
13 Las dos bestias
14 El cántico de
los 144 mil
1 Miré, y vi que el
Cordero estaba de pie sobre el monte de Sión, y que con él había ciento
cuarenta y cuatro mil personas, las cuales tenían inscritos en la frente el
nombre de él y el de su Padre. 2 Entonces oí una voz que venía del cielo,
semejante al estruendo de un poderoso caudal de agua, y al sonido de un fuerte
trueno. La voz que oí parecía ser la de arpistas que tocaban sus arpas. 3
Estaban ante el trono, delante de los cuatro seres vivientes y de los ancianos,
y cantaban un cántico nuevo, que nadie más podía aprender sino los ciento
cuarenta y cuatro mil que habían sido redimidos de la tierra. 4 Éstos son los
que jamás tuvieron contacto con mujeres, pues son vírgenes, y son los que
siguen al Cordero por dondequiera que va. Fueron redimidos de entre toda la
gente como los primeros frutos para Dios y para el Cordero. 5 No se halló en
sus labios mentira alguna, pues son irreprochables.
El mensaje de los tres ángeles
La tierra es segada
15 Los ángeles con las siete postreras plagas
1 En el cielo vi otra
señal, grande y asombrosa: Eran siete ángeles, que tenían las siete últimas
plagas, con las cuales la ira de Dios quedaba satisfecha.
2 Vi también lo que
parecía ser un mar de cristal mezclado con fuego; allí, sobre el mar de
cristal, y con las arpas que Dios les había dado, estaban los que habían
logrado vencer a la bestia y a su imagen, y a su marca y el número de su
nombre. 3 Entonaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y también el
cántico del Cordero. Decían:
«¡Grandes y maravillosas
son tus obras,
Señor Dios Todopoderoso!
¡Justos y verdaderos son
tus caminos,
Rey de las naciones!
4 ¿Quién no te temerá,
Señor?
¿Quién no glorificará tu
nombre?
¡Sólo tú eres santo!
Por eso todas las
naciones
vendrán y te adorarán,
porque tus juicios se
han manifestado.»
5 Después de esto miré,
y vi que en el cielo se abrió el templo donde está el tabernáculo del
testimonio. 6 Del templo salieron los siete ángeles en posesión de las
siete plagas. Estaban vestidos de un lino limpio y resplandeciente, y alrededor
del pecho llevaban cintos de oro. 7 Uno de los cuatro seres vivientes entregó a
los siete ángeles sendas copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por
los siglos de los siglos. 8 El templo se llenó de humo por causa de la gloria
de Dios y de su poder; y nadie podía entrar en el templo hasta que se
cumplieran las siete plagas de los siete ángeles.
16 Las copas de ira
17 Condenación de la gran ramera
18 La caída de Babilonia
19 Alabanzas en
el cielo
1 Después de esto, oí en
el cielo la potente voz de una gran multitud que decía: «¡Aleluya! La
salvación, la honra, la gloria y el poder son de nuestro Dios, 2 porque sus
juicios son justos y verdaderos. Ha condenado a la gran ramera, que con su
inmoralidad sexual ha corrompido a la tierra, y ha vengado la sangre de sus
siervos, que fue derramada por ella.» 3 Y una vez más dijeron: «¡Aleluya! El
humo de ella sube por los siglos de los siglos.» 4 Los veinticuatro ancianos y
los cuatro seres vivientes se inclinaron y adoraron a Dios, que estaba sentado
en el trono, mientras decían: «¡Amén! ¡Aleluya!» 5 Del trono salió entonces una
voz, que decía: «¡Alaben a nuestro Dios todos sus siervos, los que le temen,
los grandes y los pequeños!» 6 También oí una voz que parecía el rumor de una
gran multitud, o el estruendo de muchas aguas, o el resonar de poderosos
truenos, y decía: «¡Aleluya! ¡Reina ya el Señor, nuestro Dios Todopoderoso! 7
¡Regocijémonos y alegrémonos y démosle gloria! ¡Ha llegado el momento de las
bodas del Cordero! Ya su esposa se ha preparado, 8 y se le ha concedido
vestirse de lino fino, limpio y refulgente.» Y es que el lino fino simboliza
las acciones justas de los santos.
La cena de las bodas del Cordero
El jinete del caballo blanco
20 Los mil años
El juicio ante el gran trono blanco
21 Cielo nuevo y tierra nueva
1 Vi entonces un cielo
nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían
dejado de existir, y el mar tampoco existía ya. 2 Vi también que la ciudad
santa, la nueva Jerusalén, descendía del cielo, de Dios, ataviada como una
novia que se adorna para su esposo. 3 Entonces oí que desde el trono salía una
potente voz, la cual decía: «Aquí estáel tabernáculo de Dios con
los hombres. Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará
con ellos y será su Dios. 4 Dios enjugará las lágrimas de los ojos de ellos, y
ya no habrá muerte, ni más llanto, ni lamento ni dolor; porque las primeras
cosas habrán dejado de existir.
5 El que estaba sentado
en el trono dijo: «Mira, yo hago nuevas todas las cosas.» Y me dijo: «Escribe,
porque estas palabras son fieles y verdaderas.» 6 También me dijo: «Ya está
hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed, yo
le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida. 7 El que salga
vencedor heredará todas las cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo. 8 Pero
los cobardes, los incrédulos, los abominables, los homicidas, los que incurren
en inmoralidad sexual, los hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos
tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte
segunda.
La nueva Jerusalén
22 La venida de Cristo está cerca
16 «Yo, Jesús, he
enviado a mi ángel para que les dé a ustedes testimonio acerca de estas cosas,
que tratan de las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella
resplandeciente de la mañana.»
17 Y el Espíritu y la
Esposa dicen: «¡Ven!» Y el que oiga, que diga: «¡Ven!» Y el que tenga sed, que
venga; y el que quiera, que tome gratuitamente del agua de la vida.
20 El que da testimonio
de estas cosas dice: «Ciertamente, vengo pronto.» Amén. ¡Ven, Señor Jesús! 21
Que la gracia del Señor Jesucristo sea con todos. Amén.
Ef. 2:11-22. 11 Por lo tanto ustedes, que por nacimiento no son judíos, y que
son llamados «incircuncisos» por los que desde su nacimiento han sido
físicamente circuncidados, deben recordar esto: 12 En aquel tiempo ustedes
estaban sin Cristo, vivían alejados de la ciudadanía de Israel y eran ajenos a
los pactos de la promesa; vivían en este mundo sin Dios y sin esperanza. 13
Pero ahora, en Cristo Jesús, ustedes, que en otro tiempo estaban lejos, han sido
acercados por la sangre de Cristo. 14 Porque él es nuestra paz. De dos pueblos
hizo uno solo, al derribar la pared intermedia de separación 15 y al abolir en
su propio cuerpo las enemistades. Él puso fin a la ley de los mandamientos
expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo, de los dos pueblos, una nueva
humanidad, haciendo la paz, 16 y para reconciliar con Dios a los dos en un solo
cuerpo mediante la cruz, sobre la cual puso fin a las enemistades. 17 Él vino y
a ustedes, que estaban lejos, les anunció las buenas nuevas de paz, lo mismo
que a los que estaban cerca. 18 Por medio de él, unos y otros tenemos acceso al
Padre en un mismo Espíritu. 19 Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni
advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios,
20 y están edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, cuya
principal piedra angular es Jesucristo mismo. 21 En Cristo, todo el edificio,
bien coordinado, va creciendo para llegar a ser un templo santo en el Señor; 22
en Cristo, también ustedes son edificados en unión con él, para que allí habite
Dios en el Espíritu.